lunes, 30 de junio de 2008

En Silencio

A MIS AMIGAS
Por Alma Lilia Joyner
Revista Letra (1984)
En el silencio

Las luces de las avenidas estaban demasiado brillantes. Hoy lo intentaría otra vez. La tarde era gis, amenazaba lluvia. Dentro de mi cuerpo el frío me provocaba un leve temblor, la cabeza me dolía un poco.A mi alrededor, todos los rostros me eran indiferentes, animales; solo el suyo tenia matices humanos.Volví a la Zona Rosa y hallé su figura iluminada por la luz artificial de colores. Entré en la cafetería, aceptando en silencio la invitación, sirva lo mismo, pidió.Me molestó que tomara la iniciativa. Me sentía exhibido. Sobre mi persona estaban todos los ojos, las risitas de esa gente extraña.Acepté aquella copa de café irlandés. La crema se pegaba en mis labios y pasaba la lengua probando ese sabor azucarado.Era la segunda ocasión en que nos veíamos. Ahí, frente a mis ojos, los suyos. Brillantes, húmedos. Su boca que me gustaba más en silencio. Dejé sobre la mesa un billete y salimos. Caminamos por la calle de Hamburgo, las calles me parecían diferentes. Su compañía me recuperaba, me hacía pensar en mis gustos y deseos. En el silencio recordaba mi adolescencia.Dentro del coche deslicé mi mano sobre su muslo, bajé muy lento hasta su rodilla. Me sentía inexperto, turbado por su rostro, olvidé la vergüenza y me acerqué a besarlo en los labios.En el trayecto, imaginaba su desnudez, su figura sobre la cama, su carne abierta al amor, a mis manos, a mi boca.Quería convencerme, evadir la cobardía. Pensé en Sara, en mis hijos, pero, no cambiaría mi parecer. Al final, quizá, este sería el único derecho de guardar un secreto propio. Jamás pude defender mi privacidad hasta ahora. Hoy no sólo viviría, también podría apreciar la libertad, mi libertad. Recordé el egoísmo y carencia de naturalidad en Sara. Con ella tuve que montar la escenografía de aquella boda ridícula. Cuando la veía inmaculada con el vestido blanco que fuera de mamá, en la fotografía matrimonial, parecía más viva, suavizaba mis angustias. No es que no la amara, incluso tenía cierto parecido con mi madre. Las dos coincidían en todo, tomaban las decisiones en casa, resolvían mis pensamientos antes de que yo los exteriorizara. Ella no reclamaba ningún derecho, se había posesionado de la personalidad de mi madre y con mayor autonomía se adueñaba de la voluntad de mis hijos y la vida de todos. Pero ahora yo estaba ahí, distantes de su mirada, abrazando otro cuerpo. Una parte de mi conciencia estaba aquí, a su lado, Sara trataba de llevarse mi otro yo de la mano.Lloré. El me abrazó y yo me refugié al amparo de sus brazos.Poco a poco vino la tranquilidad, quería decirle algo, no pude. Se tendió sobre la cama desordenada. Yo permanecía contemplando su piel, la forma de su cuerpo. El silencio era retador, la oscuridad total.Salí sin mirarlo. Estuve perdiendo el tiempo deliberadamente, luego, tomé el camino de regreso a mi casa. Dentro de la ropa, sentía el calor, la humedad del muchacho. Llevaba su olor adherido a mi piel.Cuando llegué, Sara estaba ahí. Me observó con fijeza, se acercó desafiante. Sus ojos todo el tiempo escudriñando mi cara, siguiendo mis movimientos, hasta que me encerré en el cuarto. Nuevamente el silencio.

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